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LA CONTEMPLACIÓN DEL AFECTO: DONDE NO PUEDAS VERME, DE SARAÍ OJEDA

Por Blanca Ruiz*


La libertad, hermosa palabra.

Practicarla, de eso se trata.

Javier Molina


Ejercer la libertad implica una elección. Decidir el curso a seguir de la brújula, el horizonte para extender el pensamiento, el instrumento para comunicarse con el mundo. Al utilizar una cámara fotográfica es posible visibilizar la condición humana, y en este sentido, cuando el fotógrafo explora su propia naturaleza y decide volver a casa en busca de cierto aroma familiar, al abrir la puerta surge la contemplación del afecto contenido, la emoción que palpita entre cuatro paredes, como entre las páginas del fotolibro Donde no puedas verme, de Saraí Ojeda.



De acuerdo a Baruch Spinoza, el ser humano es fundamentalmente afectivo porque experimenta su existencia a partir del complejo reino de las emociones, el afecto marca la manera de relacionarse con el mundo, con el otro, con uno mismo; es el motor que incrementa o disminuye la potencia de obrar del cuerpo a partir principalmente, del deseo, gozo y tristeza, y entre estos afectos primarios, el más importante es el deseo: “…la esencia misma del hombre en tanto es concebida como determinada a hacer alguna cosa por una afección cualquiera dada en ella”, (Spinoza, 2007)[1].


El deseo es fundamental en la mirada fotográfica porque se busca mirar lo que se desea, apasiona, ama o acaso también lo que duele; el deseo más profundo origina el acto fotográfico para satisfacer ese acuciante anhelo de mirada de los padres, esposa, amante, hijos, hermanos… y, de alguna manera, resignificar el afecto hacia la familia representada en la fotografía.


Al retratar a los seres queridos se difunde un testimonio de la historia privada que deviene en historia misma de la fotografía, por ejemplo, la imagen de Ernestine, esposa del destacado retratista francés Nadar (1853); el audaz desnudo de Tina Modotti cuando era compañera de Edward Weston (1924); o el sereno rostro de Clara, esposa de Juan Rulfo (1948). Incluso, fue dentro del estricto ámbito personal que surgió el primer CD que incorporó imagen y sonido: Fotografío para recordar (1991) de Pedro Meyer, quien rinde tributo a sus progenitores en esta pieza pionera de la tecnología digital.


Y, por otra parte, entre los fotolibros también se encuentran emotivos homenajes a la familia, especialmente al padre ausente en ediciones como Moscouzinho, del brasileño Gilván Barreto (Tempo dimagen, Recife, Pernambuco, Brasil, 2012); y Moisés, de la autora argentina avencindada en la ciudad de México, Mariela Sancari (Editorial La Fábrica, Madrid, 2012). Dentro de esta tendencia editorial de la fotografía contemporánea hacia la mirada familiar, se ubica la obra de Saraí Ojeda (Veracruz, 1980) quien tenía el deseo de explorar la estela de tres mujeres fundamentales de su vida; bisabuela, abuela y madre, y a la vez, examinar su propio arco de la infancia, a la adolescencia y madurez, su formación como mujer y artista.


De su profundo afán por excavar sus raíces surge la reconstrucción de este relato intimista a partir de una serie de imágenes procedentes del archivo familiar y de las fotografías que ella misma realizó, sólo que, a diferencia de otras narrativas visuales actuales, la protagonista no es una persona o personas específicas, sino el espacio donde se transitó y experimentó la cauda de emociones: la casa familiar, como acontecimiento y afecto en sí misma.


Para el filósofo Gastón Bachelard, “La vida empieza bien, empieza encerrada, protegida, toda tibia en el regazo de una casa (…) Todo espacio realmente habitado confiere la esencia del concepto hogar, porque allí se unen la memoria y la imaginación” (Bachelard, 2009)[2]


Memoria, en tanto funciona como recuerdo, pero también imaginación que potencia la reconstrucción misma de la casa, se funden con una exquisita sensibilidad y a la vez, con gran fuerza melancólica en las imágenes de Saraí, quien apostó por exaltar los espacios silenciosos donde habitan cortinas, muñecas, muebles, figuras de porcelana, iconos religiosos, marcos, jaulas, entre otros objetos donde surge la propia autora de niña y adulta.


Cada una de las fotografías se engarzan como las perlas del collar de una de las muñecas, en un tratamiento sutil que incorpora ciertas tonalidades y texturas para formar parte de la interacción con sus propias vivencias.


…”Yo nunca conocí a la bisabuela; murió un año antes de que yo naciera, sin embargo, siempre sentí que habitaba allí, en los oscuros rincones de la casa. Lupita es mi madre, pero no puedo llamarla más que por su nombre, así me lo ha dicho mi abuela. A mi abuela es a quien llamo mamá. Mamá Lucia es mi abuela. Me trata con cariño, prepara la comida, me cuenta historias, es paciente conmigo, me enseña a leer”.



Sarai escribe sus memorias a partir de los 6 años, cuando asistía al kínder y de repente tiene escalofríos que la llevan a sentir que “una gata viviera allí, en mi pecho. El jadeo es más intenso. La gata se ha apropiado de mi cuerpo”, como una metáfora del estremecimiento constante entre su niñez y adolescencia, que desapareció con el transcurso del tiempo lejos del ámbito familiar, cuando marcha a estudiar a otra ciudad y empieza a vincularse con otros seres depositarios de su afecto.


Su escrito concluye a los 35 años. “…Esta es la última vez que voy a la casa, en el camino, una parvada de zopilotes vuela en esa dirección. Abro la puerta y ya no hay muebles, la humedad brota por los muros, las plantas crecen en libertad, la casa finalmente respira, solo se escucha entre las anchas paredes las manecillas del reloj olvidado y en el jardín, el fuerte graznido de los pájaros…”


La casa que fue refugio pasó a la categoría del olvido, hasta que la cámara y la pasión de Saraí la rescataron en un proceso que le llevó más de tres años. Su fotolibro, se mantiene vigente como prueba de esa libertad creadora, esa decisión por mirar, honesta y valientemente, hacia su propia familia y hacia las cuatro paredes donde contuvo el aliento y ventiló todos sus afectos.



El libro Donde no puedas verme, fue editado por la editorial INFRAMUNDO, 2018.

[1] Al filósofo holandés del Siglo XVII se le ubica como pionero del estudio de los afectos, véase Ética, Tratado Teológico Político, Estudio Introductorio, Baruch Spinoza, editorial Porrúa, 2007, México. [2] Gastón Bachelard, La poética del espacio, FCE, México, 2009.


* Blanca Magdalena Ruiz Pérez es docente de la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos desde 2009, en donde cursó el doctorado en Imagen, Arte, Cultura y Sociedad. Tiene la Maestría en Historia del Arte por la UNAM y ha realizado ensayos difundidos en Miradas de México (Editorial Smurfit Kappa, 2014) y Mujeres detrás de la lente, de Emma Cecilia Garcia Krisky (Conaculta, 2012). Autora del libro de entrevistas Aquí no estamos en el Mediterráneo, (Conaculta, 1996).

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